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viernes, 22 de enero de 2021cermi.es semanal Nº 421

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Entrevista

Nuria Verde, escritora

“Como todos los escritores Graham Greene es un hombre herido de infancia”

Por Esther Peñas

22/01/2021

Graham Greene. Uno de los mejores escritores del pasado siglo, con delicias como Viaje con mi tía u obras que rozan lo absoluto, como El cónsul honorario o El americano impasible. De carácter difícil e insignia católica, el británico remendó una profunda amistad con dos españoles con los que bebió, viajó, conversó, rió… y discutió, claro: el sacerdote Leopoldo Durán y el profesor de inglés Aurelio Verde. Todo ello lo cuenta la hija de uno de ellos, Nuria Verde (Madrid, 1971), en El verdadero tercer hombre (Editorial del Viento), una narración-testimonio que mantiene la lectura por la intensidad y emoción con la que cuenta.
 
Nuria Verde, escritora¿Qué le ha supuesto escribir este libro, en lo vital, lo emocional…?
 
El verdadero tercer hombre es una catarsis emocional porque me he quitado una carga que llevaba encima y he cumplido una necesidad vital que siempre aplazaba con estúpidas excusas. Escribir una novela era mi gran deseo desde niña, deseo pospuesto por el quehacer diario, y esa resistencia férrea a la que tenemos que enfrentarnos en ocasiones para hacer lo que de verdad nos importa. A ello se une que soy periodista en RTVE, una casa estupenda, pero cualquiera que conozca esta profesión sabe lo absorbente que es. 
 
¿Cómo describiría la personalidad de estos tres amigos, Leopoldo (Poldo), Graham y Aurelio?
 
Leopoldo es un hombre que vive en la sombra, nacido en una época muy difícil en España, antes de la guerra. Sacerdote sin parroquia, es una persona que, con mucho mérito, aprende inglés de mayor. Su mayor hito fue ser amigo de Graham Greene, a quien quería e idolatraba de verdad. Mucha gente se reía de él, pero era un hombre auténtico. 
 
Graham Greene era una contradicción en sí misma, un escritor genial pero un desastre como padre y como pareja. Es extremo en sus emociones y muy sensible, aunque también tiene un lado oscuro. Es creyente, aunque odiaba que le llamasen escritor católico. Creó un término, Greenland, que refleja muy bien la ambigüedad moral en la que nos movemos los seres humanos. No por casualidad escribió frases como «las cosas no son blancas o negras, son grises y negras». En cuanto a la personalidad de los humanos dijo algo que aún hoy me fascina: «un hombre mantiene su carácter incluso cuando está loco». Es uno de los escritores más influyentes de todo el siglo XX.
 
Mi padre es una persona muy sensible e inteligente con una infancia llena de soldad que le pesó siempre; su padre murió cuando él tenía tres años, y se cría en un colegio religioso lejos de su pueblo y su familia. La educación y la cultura es su herramienta para salir de pobre, como tantos otros españoles nacidos en torno a 1942. Y le marca una enfermedad: el trastorno bipolar, porque en España no había entonces ninguna cultura psicológica. Tuvo la suerte de casarse con mi madre, que le quiso hasta su muerte y no le abandonó nunca. Es muy buen padre, pero como todos tiene su lado oscuro. Al tiempo resultaba muy buena persona, lo que provocaba que los demás en ocasiones se aprovechasen de él.      
 
¿Por qué Greene siempre necesitaba una terna, por qué no le bastaba la compañía de un único otro?
 
El escritor Graham Greene junto al sacerdote Leopoldo DuránPorque Greene era un hombre que no se mueve con dualidades, sino con triángulos. Prefiere ser amante antes que marido, pero no renuncia al matrimonio. Le gusta la lealtad de Leopoldo, pero quiere hablar de chicas y divertirse con la humanidad de mi padre. Le gusta escribir thrillers pero a la vez obras profundas y no dejar de ser periodista. Le interesa las relaciones de tres porque son mucho más novelescas. Porque las relaciones de dos son blanco y negro y a Greene le gusta el gris. Eso le hace un ser humano complejo, como todos. Pero en ningún caso es un cliché romantizado.  
 
Leopoldo es un ser sufriente, tiene que soportar muchos desprecios –acaso pocos conscientes- de sus dos amigos… ¿cómo resistió esa relación tan ambivalente?
 
Porque Leopoldo es una persona auténticamente religiosa. Y porque Leopoldo era el ser más solitario que he conocido sobre la tierra. Él solo tenía a Greene. Mi padre le cuidó cuando lo operaron de un cáncer de garganta, ya que mi padre era un magnífico enfermero. ¿Por qué aguanta? Por la razón por la que aguantamos todos: porque nos compensa. Con todos los matices que admite la frase. Leopoldo no tenía a donde ir sin Greene ni mi padre.  
 
¿Cómo era la religiosidad en estos tres amigos?
 
Era una religiosidad muy personal. Leopoldo cree en un Dios pre Concilio Vaticano Segundo, en un sentido muy clásico porque es hijo de su tiempo y no se le puede pedir otra cosa. Mi padre y Greene creen en un Dios personal, que tiene misericordia aun en nuestros peores momentos. Los tres se encomiendan a Dios en el momento de la muerte, en ese momento en el que estamos indefensos, desnudos, sin nada, despendiendo de la bondad de los demás. Mi padre pasa depresiones muy severas, y le pide a Dios ayuda para atravesar ese infierno. 
 
Es terrible cómo describe la relación tanto de su padre como de Greene con sus hijos, de desinterés absoluto…
 
Bueno, fue así. Y la verdad es incómoda, brutal, desagradable. Aun así, creo que mi padre fue mejor padre que Greene, quizás porque no tuvo éxito literario.  
 
Su padre, como el autor inglés, tuvo trastorno bipolar, antes denominado trastorno maníaco depresivo. ¿Qué supuso para usted y para su familia convivir con esta enfermedad? ¿Se puede aprender algo de ella?
Es una enfermedad dura para quien la padece y también para los seres queridos. Sí, se puede aprender algo muy importante de ella: que te acerca a la creatividad, y que el arte es una terapia; también que hay que pedir ayuda cuanto antes y no sentir vergüenza porque en esta vida nadie es mejor que nadie; todos, absolutamente todos estamos hechos del mismo barro. En nuestro mundo no sobra nadie y menos aún los más débiles. Tener una enfermedad mental te ayuda a liberarte de la buena opinión de los demás. Es importante tratarse y, sobre todo, manejar el diálogo interior a favor de uno, cosa que mi padre jamás aprendió. En vez de decirse “es una enfermedad crónica, de ésta no salgo”, recordarse que uno puede hacer cosas valiosas para uno mismo y para los demás, a pesar del trastorno. 
 
¿Qué recuerdos tiene usted de G. Greene?
 
Aurelio Verde, profesor de inglés, junto al escritor Graham GreeneGreene es una figura mítica que aún hoy envenena mi imaginación. Me persigue en sueños. Lo recuerdo como un hombre sencillo y un gran observador, especialmente con los niños. Como todos los escritores es un hombre herido de infancia, a quien se la rompieron. Un hombre íntegro. Vivió su vida a su manera y eso ya es mucho.    
 
En sus viajes, ¿tenían una ruta clara o improvisaban sus paradas?
 
Leopoldo tenía una ruta fija pero también improvisaban buscando naturaleza al lado de un río, cosa que le chiflaba a Greene. Los cambios de planes disgustaban mucho a Leopoldo. 
 
En estos once años de amistad, ¿cuáles fueron los mejores y los peores momentos?
 
Los mejores, los viajes. Mi padre adoraba viajar porque era la única actividad que le desconectaba y liberaba de su mente. Los peores… ninguno. La vida es un viaje y se acaba, y siempre es mejor viajar con amigos. 
 
En su novela tuvo que cambiar el final porque la vida se impuso a la narración. ¿De qué modo modifica la ficción la vida?
 
La ficción es un tiempo muerto que no evoluciona. Como escritora corres el riego de creer que la ficción es más importante que la vida, cuando en realidad no hay nada más grande que la vida y mucho menos tu ignorante ego. El final lo cambié varias veces. Y me pasó una cosa curiosa: imaginé la muerte de mi padre mientras escribía la novela, pero en realidad eso no me preparó para su muerte porque la vida nos arrolla no solo con sus giros de guion sino también con su sabiduría y dolor. Palmira Márquez, a quien le agradezco muchas cosas, de la agencia Dos Passos, me dijo que el primer final (una venganza personal contra alguien de mi entorno) no era bueno. ¿Y sabes qué? Tenía razón. Porque ella sabe mucho más de una novela que yo. Escribí muchos finales y al final el mejor fue el que me dio la vida. 
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